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jueves, 31 de marzo de 2011

La de los rubios cabellos.


     Desde que volví a Almería echo infinito de menos a mis abuelos. Mi abuela materna es, de los cuatro, la única que ha perdido un poco la pelota. Ahora, eso sí, es perfectamente capaz de cantarte los ríos de la vertiente cantábrica con afluentes incluidos o los partidos judiciales de Córdoba: "A mí se me daba muy bien la geografía, y la profesora me sacaba a la pizarra para que señalara con el puntero en el mapa las provincias"

      Le gusta mucho cantar y recitar poesías como la que dice:

     A un chiquillo un chicazo
     Le encajó tan tremendo pelotazo,
     Que le hizo un gran chichón en el cogote;
     Mas la pelota al bote
     Volviendo atrás con ímpetu no flojo,
     Tornó por donde vino;
     Y encontrándose un ojo en el camino,
     Al autor del chichón dejó sin ojo.

     O la fábula de Tomás Iriarte de "los dos conejos" 


     Hubo una temporada en la que tenía móvil. Tenía un método curioso para llamar a su hermana Esperanza. Cogía el teléfono, iba a la agenda, y cuando llegaba a "Esperanza" marcaba el número de la misma, que conocía perfectamente de memoria. Mi madre intentó convencerla de que no era necesario marcarlo, a lo que ella contestó "Pues yo lo hago así, y a mí me sale" Con semejante argumento poco más había que decir.

     En la imagen se observa que mi abuelita Isabel sigue siendo guapísima.